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La esperanza bíblica (página 2)




Enviado por latiniando



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6. El Antiguo Testamento Y La Historia
 

En casi todas sus páginas el Antiguo Testamento
reclama atención hacia la realidad y respeto hacia la
importancia de la historia. El Pentateuco y
los libros
históricos contienen historias de salvación; los
profetas hacen constantes referencias a hechos del pasado, del
presente y del futuro. Como la historia de Israel se recoge
en el Antiguo Testamento, llegó a organizarse en una serie
de acontecimientos o periodos fundamentales: el éxodo
(incluyendo los relatos desde los patriarcas hasta la conquista
de Canaán), la monarquía, el exilio de Babilonia y el
retorno a Palestina con la restauración de las instituciones
religiosas.

Separación Entre La Interpretación Y La
Historia  
Es importante diferenciar entre la interpretación que hace
el Antiguo Testamento sobre lo ocurrido, y la historia
crítica. Para escribir una reseña creíble,
el historiador necesita fuentes
más o menos fiables, contemporáneas de los propios
acontecimientos. La principal fuente de información acerca de la historia de
Israel es el
Antiguo Testamento y, por lo general, a sus autores les
preocupaba en esencia el significado teológico del pasado.
Es más: la mayoría de los documentos son
posteriores (en algunos casos datan de varios siglos
después) a los sucesos que describen. No existe un cuerpo
significativo de pruebas
escritas que se remonte al periodo anterior a los tiempos de la
monarquía, instaurada con la unción
de Saúl como primer rey de Israel en el siglo XI a.C.
Otras pruebas,
obtenidas a partir de escritos u objetos, se han recuperado
gracias a la arqueología, aunque todas las evidencias,
tanto bíblicas como arqueológicas, deben evaluarse
de manera crítica (véase Arqueología
bíblica; Ciencia
bíblica). Sin duda, todos los textos bíblicos que
ha sido posible fechar contienen importante información histórica. Revelan
hechos relativos al periodo en que fueron escritos, aunque ello
no significa que hayan de incluir reseñas exactas y
literales sobre los acontecimientos que relatan.

El Núcleo Histórico  
La existencia de Israel fue parte de la historia del antiguo
Oriente Próximo. Al igual que otros pequeños
pueblos del Mediterráneo Oriental, Israel estuvo a merced
de las grandes potencias de entonces —Egipto, Asiria
y Babilonia— y pudo prosperar de forma independiente
sólo cuando éstas decaían o se enfrentaban
entre sí.

La historia antigua y el desarrollo de
Israel  Existe un considerable cuerpo de información
relativo a la historia del antiguo Oriente Próximo a
partir del III milenio a.C., aunque una historia detallada de
Israel sólo puede comenzar en torno a los
tiempos de David (1000-961 a.C.). Ello no significa que no
haya nada que decir acerca de las épocas precedentes o que
toda la información de los sucesos anteriores a David sea
inexacta. Implica que es muy difícil separar las pruebas
históricas de las interpretaciones posteriores y que se
conocen con certeza pocos detalles. Los relatos de Génesis
sobre los patriarcas, por ejemplo, no fueron concebidos como
historia. La historia se refiere a acontecimientos
públicos; las narraciones de los patriarcas son episodios
familiares, en su mayor parte centrados en asuntos privados. Sin
embargo, las pruebas arqueológicas han demostrado que el
entorno o escenario de estos relatos puede proporcionar un cuadro
bastante fidedigno de cómo era la vida durante la edad del
bronce tardío. Los relatos sugieren que los antepasados de
Israel eran seminómadas y aportan indicios acerca de sus
creencias y prácticas religiosas.

Un cuidadoso análisis de los registros
bíblicos y un uso prudente de las pruebas
arqueológicas permiten situar el éxodo desde
Egipto en la
segunda mitad del siglo XIII a.C. No obstante, se desconoce
incluso la ruta del éxodo. Sobre este particular el
Antiguo Testamento conserva al menos dos tradiciones relevantes.
Es posible que no participaran todas las tribus de Israel, y lo
más probable es que lo hicieran sólo las tribus de
José.

En Josué 1-12 y Jueces 1-2 se encuentran dos
versiones diferentes de la entrada de Israel a la tierra de
Canaán. Las sucintas manifestaciones que aparecen en
Josué dan cuenta de que los israelitas, bajo el mando de
Josué, conquistaron el territorio de manera repentina,
mientras que Jueces 1-2 y otras tradiciones apoyan la
conclusión de que cada tribu fue ocupando su territorio de
manera gradual, y transcurrieron varias décadas, si no
siglos, antes de que Israel adquiriese su territorio. Así,
el periodo de las conquista y el de Jueces se superponen. Por lo
general, durante los dos siglos posteriores al 1200 a.C.,
las tribus llevaron a veces existencias separadas y otras veces
conjuntas, para convertirse en una nación
(Israel); sólo tras un proceso
gradual.

La monarquía  La monarquía
surgió en torno al siglo
XI a.C., en un clima de
enfrentamientos internos y amenazas externas. Las luchas
intestinas giraron en torno a la forma de gobierno adecuada
para la nación.
Mientras que algunos favorecían el estilo más
tradicional de liderazgo
carismático en épocas de crisis, otros
deseaban una monarquía estable. Triunfó la
monarquía debido a la amenaza exterior de los filisteos,
superiores en el orden militar, que ocuparon cinco ciudades de la
llanura costera. Saúl unió a las tribus e
instauró la monarquía, pero murió junto a su
hijo Jonatán en una batalla contra los filisteos. David se
convirtió en rey, primero del sur y más tarde de
toda la nación. Tras encargarse de eliminar de una vez por
todas la amenaza filistea, instauró un imperio que
abarcó desde Siria hasta la frontera con Egipto. Su
reinado fue largo y próspero, aunque no carente de luchas
intestinas por la posesión de su trono. Le sucedió
su hijo Salomón, quien estableció una corte
siguiendo el modelo de
otros monarcas orientales. Salomón construyó un
palacio y el gran Templo de Jerusalén, exprimiendo al
máximo los recursos del
país para realizar sus grandiosos proyectos.

Los reinos de Israel y Judá  
Tras la muerte de
Salomón, las tribus del norte se rebelaron bajo el mando
de su hijo Roboam. Las dos naciones, Israel en el norte y
Judá en el sur, nunca volvieron a reunirse, y con
frecuencia lucharon entre sí. En Judá la
dinastía de David continuó hasta la
ocupación del país por los babilonios
(597-586 a.C.), aunque en Israel abundaron los reyes y las
dinastías. El periodo de la monarquía dividida
estuvo señalado por amenazas de parte de los asirios, los
arameos y los babilonios. Israel, con capital en
Samaria, cayó en manos del ejército asirio en el
722-721 a.C., siendo sus gentes deportadas e
instalándose extranjeros en su lugar. Judá
sufrió dos humillaciones a manos de los babilonios: la
rendición de Jerusalén en el 597, y su
destrucción en el 586 a.C. En ambas ocasiones se
deportaron cautivos a Babilonia, pero como no se asentaron
extranjeros en Judá y los cautivos gozaron de cierta
libertad, al
menos la de

asociarse entre sí, la vida del pueblo
continuó tanto en Babilonia como en su país natal.
El exilio fue un desastre que desde hace mucho tiempo los
profetas habían anunciado como castigo divino, aunque la
experiencia llevó a los israelitas a reconsiderar su
propio significado como pueblo y a transcribir e interpretar sus
antiguas tradiciones. Véase Cautividad de
Babilonia.

El periodo posterior al exilio  En el año
538 a.C. el pueblo fue liberado de Babilonia tras haber sido
instaurado el Imperio persa por Ciro II el Grande. Los profetas
Esdras y Nehemías fueron los líderes de la
época posterior al exilio, cuando se restablecieron las
instituciones
y se reconstruyó el Templo. Judá pasó a ser
una provincia persa y sus habitantes gozaron de una relativa
autonomía, en especial en el orden religioso.

En algún momento durante este periodo la historia
de Israel devino en la historia del judaísmo, aunque su
fecha exacta es objeto de polémica. Para más
información, véase Judíos; Judaísmo.
A principios de
la era cristiana, el pueblo había sobrevivido al
surgimiento del imperio de Alejandro
Magno (333 a.C.), a la revolución
y al régimen de los Macabeos (168-165 a.C.) y al
establecimiento del control romano
sobre Palestina (63 a.C.). Tras ser sofocada una
rebelión en el año 70 d.C., que provocó
la destrucción de Jerusalén, su vida cambió
por completo.

7. Temas Doctrinales Del
Antiguo Testamento  

Los temas doctrinales del Antiguo Testamento son ricos,
profundos y diversos. En estos escritos no puede hallarse una
teología única, ya que surgieron de numerosos
individuos y comunidades durante varios siglos. Reflejan no
sólo una evolución del pensamiento,
sino también diferencias e incluso conflictos de
opinión. Por ejemplo, coexisten diferentes
interpretaciones de la creación y en más de una
ocasión los profetas desafiaron los juicios de los
sacerdotes. Los temas del Antiguo Testamento son coherentes por
sí y entre sí, aunque no se trata de una
teología sistematizada. La canonización de la
Biblia, aunque determinó una lista oficial, también
reconoció una diversidad sustancial.

El Dios De Israel  
El tema teológico más obvio del Antiguo Testamento
es a la vez el más recurrente e importante: Yahvé
(el nombre de Dios en el Antiguo Testamento; véase Dios;
Yahvé) es el Dios de Israel, del mundo entero y de la
historia. Esta temática se reitera a partir de Éx.
20,3 ("No habrá para ti otros dioses delante de
mí") hasta las demás Escrituras hebreas, y
constituye el pilar del resto de las reflexiones
teológicas. Sin embargo, sería engañoso
identificar este tema con el monoteísmo. Se trata de un
término demasiado abstracto para los textos en
cuestión y en todos, si se exceptúan algunos de los
materiales
menos antiguos, se da por supuesta la existencia de otros dioses.
Por lo general, los otros dioses se consideran subordinados a
Yahvé y en cualquier caso Israel debe mantenerse fiel al
único Dios. Se afirma que ese Dios es el creador del
mundo, el rey activo de la historia que salva y juzga,
todopoderoso pero preocupado por su pueblo. Se revela a sí
mismo de varias formas: a través de la ley, de los
acontecimientos y de los profetas y sacerdotes.

El lenguaje
característico del Antiguo Testamento
acerca de Dios vincula el nombre de Yahvé con los
acontecimientos: "Yo, Yahvé, soy tu Dios, que te he sacado
del país de Egipto, de la casa de servidumbre" (Éx.
20,2). Israel reconoce quién es Dios más en
términos de lo que ha hecho o hará que en
términos de su naturaleza
intrínseca. Así, la historia adquiere una especial
importancia como esfera de la acción divina y de la
interacción con su grey. La única salvedad
significativa a esta acepción del lenguaje
histórico se encuentra en la literatura
sapiencial.

La Alianza Y La Ley
 

Otros dos temas fundamentales del Antiguo Testamento, la
alianza y la ley, están relacionados de forma estrecha.
Alianza posee numerosos significados, incluyendo un acuerdo entre
naciones o individuos, pero sobre todo se refiere al pacto entre
Yahvé e Israel sellado en el monte Sinaí. El lenguaje
relativo a la alianza tiene mucho en común con el de los
tratados del
antiguo Oriente Próximo, ya que tanto aquélla como
éstos se confirman mediante juramentos. Yahvé
aparece tomando la iniciativa en el establecimiento de la alianza
al elegir a un pueblo. Quizá la formulación
más sencilla de la alianza es la frase: "Yo os haré
mi pueblo y seré vuestro Dios" (Éx. 6,7). Se
concebía que la ley se había otorgado como parte de
la alianza, compromiso por el cual Israel se convirtió en
el pueblo de Dios. La ley contiene normativas de conducta en
relación con los demás seres humanos y reglas sobre
las prácticas religiosas, aunque no transmite un código
de instrucciones para afrontar todos los aspectos de la vida.
Más bien parece señalar los límites
que el pueblo no podrá transgredir sin romper la
alianza.

El Ser Humano  
El Antiguo Testamento hace hincapié en el concepto de los
seres humanos en comunidad, algo
importante para un pueblo que ha establecido este tipo de
alianza. El ser humano individual era concebido como un cuerpo
animado, como sugiere Gén. 2,7: "Entonces Yahvé
Dios formó al hombre con
polvo del suelo e
insufló en sus narices aliento de vida, y resultó
el hombre un
ser viviente". Ese ‘aliento’ no debe considerarse
como un ‘alma’, sino como ‘vida’. En el
Antiguo Testamento, el ser humano era concebido como una unidad
de materia
física y
vida, una integridad que era un regalo de Dios. En consecuencia,
la muerte era una
realidad vívida. Las visiones de una vida después
de la muerte o de
la resurrección aparecen como raras excepciones, y con
mucha posterioridad, en el pensamiento
israelita.

Otro tema que aparece en los profetas y que resulta
básico en otras partes es que Yahvé es un Dios
justo que espera de su pueblo justicia y
rectitud. Ello incluye la equidad en todos los asuntos humanos,
la protección del débil y el establecimiento de
instituciones justas.

Al tratar éstas y otras materias, no es de
sorprender que las Escrituras judías proporcionasen los
cimientos de dos religiones universales, el
judaísmo y el cristianismo.

El Nuevo Testamento  
El Nuevo Testamento consta de 27 documentos
escritos entre el 50 y el 150 d.C., dedicados a cuestiones
de creencias y prácticas religiosas en las comunidades
cristianas del mundo mediterráneo. Aunque hay quienes han
señalado que en estos documentos subyacen originales en
arameo (en especial el Evangelio de Mateo y la Epístola a
los Hebreos), todos ellos llegaron hasta nosotros en griego,
quizá el idioma original en que fueron
redactados.

Texto, Canon Y Primeras Versiones  
Durante un tiempo algunos
eruditos cristianos consideraron al griego del Nuevo Testamento
como un género
especial de idioma religioso, concebido por la providencia como
el vehículo óptimo para la fe cristiana. Hoy ha
quedado en evidencia, a partir de escritos extrabíblicos
del periodo, que la lengua del
Nuevo Testamento es la koiné o griego común, que se
utilizaba en los hogares y mercados.

Manuscritos Y Crítica Textual  
Los manuscritos griegos del Nuevo Testamento que han llegado
hasta nuestros días, completos, parciales o en fragmentos,
suman unos 5.000. Sin embargo, ninguno es autógrafo,
original de su autor. Es probable que el más antiguo sea
un fragmento del Evangelio de Juan, datado en torno al
120-140 d.C. Las similitudes entre estos manuscritos son
más notables si se consideran las diferencias
cronológicas y los referidos a su lugar de origen,
así como los métodos y
materiales de
escritura. Sin
embargo, entre las divergencias se incluyen omisiones, adiciones,
terminología y orden de las palabras.

Comparar, evaluar y fechar los manuscritos; organizarlos
en grupos afines y
desarrollar criterios para evaluar cuál es el texto que
tiene más probabilidades de corresponderse con el que en
verdad escribieron sus autores, son tareas propias de los
críticos. Para sus evaluaciones se sirven de miles de
citas de las escrituras que aparecen en las obras de los primeros
Padres de la Iglesia y en
una serie de antiguas traducciones de la Biblia a otros idiomas.
El fruto del trabajo de los críticos textuales es una
edición del Nuevo Testamento en griego que ofrece no
sólo el que se considera el mejor, sino que también
incluye notas que indican versiones divergentes en los
principales manuscritos. Estas variantes suelen aparecer en las
traducciones como notas al pie en las que se indica qué
opinaban sobre el particular otras autoridades antiguas
(véanse, por ejemplo, Mc. 16,9-20; Jn. 7,53-8,11; He.
8,37). Las ediciones críticas del Nuevo Testamento griego
han venido apareciendo con cierta regularidad periódica a
partir de la obra del erudito holandés Erasmo de
Rotterdam.

Escritos Precanónicos  
Los 27 libros del
Nuevo Testamento no son más que una fracción de la
producción literaria de las comunidades
cristianas en sus primeros tres siglos. Los principales tipos de
documentos del Nuevo Testamento (evangelios, epístolas y
apocalipsis) fueron muy imitados, atribuyéndose los
nombres de los apóstoles u otras figuras señeras a
escritos concebidos para llenar el vacío del Nuevo
Testamento (por ejemplo, sobre la infancia y
juventud de
Jesús) y satisfacer el apetito de más milagros,
así como para alegar revelaciones más novedosas y
completas. Durante esta época circularon hasta 50
evangelios. Muchos de estos escritos cristianos no
canónicos han sido recopilados y publicados como
Apócrifos del Nuevo Testamento.

El conocimiento
de la literatura de
este periodo se amplió en gran medida gracias al
descubrimiento en 1945, de la biblioteca de un
grupo
cristiano herético, los gnósticos (véase
Gnosticismo), en Nag-Hammadi (Egipto). Esta colección,
escrita en copto, ha sido traducida y publicada. Los
especialistas han prestado especial atención al Evangelio de Tomás; uno
de los 12 apóstoles que pretende recoger los proverbios,
114 en total, que Jesús le transmitió en persona.

El Canon  
No existen registros claros
para documentar cuáles fueron los elementos determinantes
para que la Iglesia
adoptase un canon oficial de los textos cristianos, ni tampoco de
su proceso de
formación. Para Jesús y sus seguidores, la
Torá, Profetas y los Hagiográficos del
judaísmo eran las ‘Santas Escrituras’. Sin
embargo, la interpretación de estos escritos estaba regida
por las obras, las palabras y la persona de
Jesús tal y como las comprendieron sus fieles. A los
apóstoles que conservaron las palabras y hechos de
Jesús y que continuaron su misión se
les atribuyó una autoridad
especial. Que Pablo, por ejemplo, pretendiera que sus
epístolas fuesen leídas en voz alta en las iglesias
e incluso intercambiadas entre éstas (Col. 4,16; 1 Tes.
5,26 y ss.) indica que en las comunidades cristianas se estaban
desarrollando nuevas normas sobre las
creencias y la práctica religiosa. Esta norma constaba de
dos partes: el Señor (conservado en los "Evangelios") y
los Apóstoles (sobre todo en las
"Epístolas").

Seguir el rastro de la historia de la evolución del canon del Nuevo Testamento
tomando como guía los libros mencionados o citados por los
primeros Padres de la Iglesia constituye un proceso incierto, ya
que es más lo que silencia que lo que declara. Al parecer,
el primer intento de establecer un canon tuvo lugar en torno al
150 d.C., por obra de un cristiano herético de nombre
Marción, cuya aceptable relación incluía el
Evangelio de Lucas y 10 epístolas paulinas, editados con
una fuerte orientación antijudía. Quizá la
oposición a Marción fue la que dio impulso a los
esfuerzos tendentes a elaborar un canon aceptado de forma
general.

Tal vez hacia el 200 d.C., 20 de los 27 libros del
Nuevo Testamento se consideraban autorizados. Aquí y
allá prevalecían preferencias locales, existiendo
algunas diferencias entre las Iglesias occidental y oriental. En
general, los libros que durante un tiempo fueron objeto de
polémica, aunque más tarde se incluyeron en el
canon, eran Santiago, Hebreos, 2 Juan, 3 Juan, 2 Pedro y
Apocalipsis. Otros libros que gozaron de amplia aceptación
popular aunque al final resultaran rechazados, fueron
Bernabé, 1 Clemente, Hermas y el Didaké; los
autores de estos libros suelen ser denominados Padres
Apostólicos.

La carta pastoral 39
que san Atanasio, obispo de Alejandría, envió a las
iglesias que se hallaban bajo su jurisdicción en el
año 367, acabó con toda duda acerca de los límites
del canon del Nuevo Testamento. En dicha pastoral, que se
conserva en una colección de los mensajes anuales de la
Cuaresma dictados por Atanasio, relaciona como canónicos
los 27 libros que siguen siendo los constitutivos del Nuevo
Testamento, aunque los organizó de forma diferente. Estos
libros del Nuevo Testamento, en su orden actual, son los cuatro
Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), Hechos de los
Apóstoles, Romanos, 1 Corintios, 2 Corintios,
Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1
Tesalonicenses, 2 Tesalonicenses, 1 Timoteo, 2 Timoteo, Tito,
Filemón, Hebreos, Santiago, 1 Pedro, 2 Pedro, 1 Juan, 2
Juan, 3 Juan, Judas y Apocalipsis.

Primeras Versiones  
Por cuanto el Nuevo Testamento se escribió en griego, la
historia de la transmisión del texto y de la
determinación del canon suele pasar por alto las primeras
versiones, muchas de las cuales son anteriores al texto griego
más antiguo que ha llegado a nuestros días. La
rápida expansión del cristianismo
más allá de las regiones en las que
prevalecía el griego requirió traducciones al
siríaco, al latín antiguo, al copto, al
gótico, al armenio, al georgiano, al etíope y al
árabe. Las versiones en siríaco y latín
aparecieron ya en el siglo II y las traducciones al copto
comenzaron a aparecer en el siglo III. Estas primeras
versiones no eran, en modo alguno, traducciones oficiales, aunque
se hicieron para suplir las necesidades regionales de culto,
predicación y enseñanza. En consecuencia las traducciones
quedaron ancladas en dialectos locales y a menudo incluían
sólo partes seleccionadas del Nuevo Testamento. Durante
los siglos IV y V se hicieron esfuerzos por reemplazar estas
versiones regionales por traducciones más
homogéneas que tuvieran una mayor aceptación. En el
382, el papa Dámaso I encargó a san Jerónimo
la preparación de una Biblia en latín. Conocida con
el nombre de Vulgata, reemplazó a varios textos en
latín antiguo. En el siglo V la Pešitta
siríaca sustituyó a las versiones existentes en
este idioma, que a la sazón eran las más populares.
Como suele ser el caso, con gran lentitud las antiguas versiones
cedieron su lugar a las nuevas.

8. La literatura del nuevo
testamento  
Desde un punto de vista literario
los documentos del Nuevo Testamento pueden clasificarse en cuatro
tipos o géneros principales: evangelios, historia,
epístolas y apocalipsis. De los cuatro, sólo los
evangelios responden en apariencia a un estilo literario que tuvo
su origen en la comunidad
cristiana.

Evangelios  
Un evangelio no es una biografía aunque
guarde algunas semejanzas con las biografías de
héroes, humanos o divinos, del mundo grecorromano. Un
evangelio es una serie de reseñas individuales de hechos o
dichos, cada una de las cuales mantiene una cierta unidad, aunque
estén organizados con el objeto de crear un efecto
acumulativo. Al parecer, los autores de los Evangelios tuvieron
cierto interés en
resaltar el orden cronológico, aunque no fue una de sus
prioridades. Lo que influyó en mayor medida sobre la
organización del material fueron los temas
teológicos y las necesidades de los lectores. Por ello
podría esperarse que, aunque los cuatro Evangelios del
Nuevo Testamento se centran en la vida de Jesús de Nazaret
y los cuatro son evangelios desde el punto de vista literario,
existiesen diferencias entre ellos. Y así es. A
excepción de los relatos del arresto, juicio, muerte y
resurrección de Jesús (episodios similares en los
cuatro libros), los Evangelios difieren en importantes detalles,
perspectivas y énfasis de
interpretación.

Sobre estos particulares es el Evangelio según
san Juan el que más se distingue de los demás. En
este Evangelio, Jesús aparece descrito de forma más
obvia como divinidad omnisapiente, omnipotente y superior. Los
otros tres se denominan Evangelios Sinópticos (vistos
juntos) porque a pesar de sus diferencias, si se organiza en
columnas paralelas el texto de Mateo, Marcos y Lucas, sus
coincidencias son tales que pueden apreciarse de un modo visual,
hasta tal punto que han generado numerosas hipótesis acerca de sus relaciones. La
opinión especializada más difundida sostiene que
Marcos fue el primer Evangelio que se escribió y
sirvió como fuente inspiradora para Mateo y Lucas. Lo
más probable es que estos dos últimos recurrieran a
otros textos además de a esta fuente común, una
hipótesis basada
en la gran cantidad de material común que no se encuentra
en Marcos. Esta fuente, que existe sólo en la teoría
ya que no ha podido ser identificada, ha sido denominada Q, o
Quelle (en alemán, ‘fuente’). En su
prólogo el autor del Evangelio de Lucas dice haber
investigado numerosas narraciones sobre Jesús (Lc.
1,1-4).

Historia  
La mejor representación de la narración
histórica en el Nuevo Testamento se halla en Hechos de los
Apóstoles, el segundo de dos volúmenes (en
ocasiones denominados Lucas-Hechos) atribuidos a san Lucas. Estos
dos libros relatan la historia de Jesús y de la Iglesia
que surgió en su nombre como una narración
continua, centrada en la historia de Israel y del Imperio romano.
La historia se presenta desde el punto de vista teológico,
es decir, que interpreta el proceder de Dios en un acontecimiento
concreto o con
una determinada persona. Hechos se destaca en el Nuevo Testamento
por recurrir a la narración histórica como
vehículo para la proclamación de la fe
cristiana.

Epístolas  
En el mundo grecorromano la epístola o carta
constituía un estilo literario bastante generalizado y
constaba de la firma, dirección, saludo, alabanza o acción
de gracias, el mensaje y la despedida. San Pablo encontró
que este estilo congeniaba con respecto al que mantenía
para dirigirse a las iglesias que había fundado, y
resultaba cómodo y didáctico para un apóstol
itinerante. Este estilo adquirió gran popularidad en la
comunidad cristiana y fue empleado por numerosos jerarcas y
escritores de la Iglesia. Las epístolas que escribieron,
algunas de las cuales aparecen en el Nuevo Testamento, son en
realidad sermones, exhortaciones o tratados, apenas
encubiertos por los rasgos del género
epistolar.

Escritos Apocalípticos  
Los escritos apocalípticos aparecen en todo el Nuevo
Testamento, pero su uso es predominante en el libro llamado
Apocalipsis (o Revelación). Por lo general, los
apocalipsis se escribieron en épocas de graves crisis de una
comunidad, tiempos en los que la gente mira más
allá del presente y de lo humano en busca de ayuda y
esperanza. Esta literatura es muy visionaria, simbólica y
pesimista en cuanto a la situación global del mundo y
esperanzadora sólo en términos de lo invisible que
está más allá de lo material y de la
victoria que está más allá de la historia.
Las visiones del fin del mundo se caracterizan por la
retribución y la recompensa a los justos. Al parecer,
Apocalipsis fue escrito durante la persecución
desencadenada contra los cristianos bajo el emperador romano
Domiciano (81-96 d.C.). Véase Escritos
apocalípticos.

Formas Literarias  
Dentro de estos cuatro estilos literarios principales, aparecen
diversas formas: poemas,
himnos, fórmulas confesionales, proverbios, historias
milagrosas, bienaventuranzas, diatribas, listas de obligaciones y
parábolas, entre otros. Los estudios recientes han
prestado gran atención a la forma literaria no sólo
como elemento imprescindible para la comprensión del
contenido, sino también como vehículo mediante el
cual el lector puede compartir la experiencia creada en
determinado pasaje. Las formas tienen el poder de crear
mundos y definir relaciones, y no son meros accesorios del
contenido.

En las obras de los especialistas bíblicos de
antaño se prestaba gran atención a la
parábola, que durante siglos fue considerada como una
alegoría. A finales del siglo XIX el
científico bíblico alemán Adolf
Jülicher adoptó una nueva orientación para
realizar la interpretación de las parábolas.
Insistió en que las parábolas del Nuevo Testamento
deben ser entendidas como símiles reales más que
como alegorías. Así, sostuvo que los relatos de
Jesús deben entenderse como ejemplos cuyo significado
podía volverse a enunciar formulando temas o propuestas
sencillas.

Las parábolas han llegado a ser aceptadas como
obras del arte literario
con una fuerza y
función
similar a la de la poesía,
por lo cual no deben destruirse parafraseándolas,
resumiéndolas ni compendiándolas. Como arte literario,
una parábola no se limita a presentar su argumento, sino
que además actúa sobre el lector, creando,
modificando o incluso rechazando una determinada
concepción de la vida y de la realidad. También se
están efectuando estudios académicos de otras
formas literarias del Nuevo Testamento.

La Historia En El Nuevo Testamento  
El Nuevo Testamento no es una colección de máximas,
reflexiones y meditaciones desvinculadas de la realidad
histórica. Por el contrario, sus documentos se centran en
una figura histórica, Jesús de Nazaret, y aluden a
los problemas que
debieron enfrentar sus seguidores en una gran diversidad de
contextos específicos dentro del Imperio romano.
No obstante, esta preocupación por los acontecimientos,
los personajes y las situaciones históricas no significa
que el Nuevo Testamento se someta a intereses históricos o
cronológicos en exclusiva.

Determinación Del Contexto Cronológico
Amplio  
La reconstrucción histórica del periodo basada en
las fuentes del
Nuevo Testamento presenta una serie de dificultades. En primer
lugar, los documentos están organizados según un
criterio teológico, y no desde una perspectiva
cronológica. Los Evangelios están situados en
primer lugar porque relatan la historia de Jesús, aunque
fueron escritos entre el 70 y el 90 d.C., hasta unos 60
años después de su muerte. Hechos de los
Apóstoles data también de esta época. Sin
embargo, las epístolas de Pablo son anteriores y han sido
situadas en la década entre el 50 y el 60 d.C., ya
que fueron compuestas en el transcurso de la obra misionera de
Pablo. Los demás libros, que pueden datarse entre el 90 y
el 150 d.C., reflejan la situación de la Iglesia en
el periodo postapostólico. En segundo lugar, los
documentos no demuestran demasiado interés en
la historia como proceso cronológico, en parte porque sus
autores creían en la inminencia del final de los tiempos.
En tercer lugar, el Nuevo Testamento no es un solo libro, sino un
compendio eclesiástico, conservado con el propósito
específico de emplearse para el culto, la
predicación, la enseñanza y la polémica. Cuarto,
todos los documentos fueron escritos por defensores de la fe
cristiana con el objeto de proclamar e instruir en la fe; en
consecuencia, aunque contienen referencias históricas, no
constituyen informes
históricos. Añádanse a estas dificultades la
falta de muchas referencias acerca de Jesús y de sus
seguidores en otras fuentes contemporáneas y se
comprenderá por qué son escasas las posibilidades
de completar una historia detallada.

No obstante, los especialistas coinciden en cuanto al
contexto cronológico general. Los principales puntos de
apoyo se encuentran en Lucas y Hechos, que sitúan la
narración de la vida de Jesús y los comienzos de la
Iglesia dentro del contexto de la historia judía y romana.
El Evangelio de Lucas afirma que Jesús comenzó su
ministerio en el decimoquinto año de reinado de Tiberio
(Lc. 3,1), que sería el 28-29 d.C. Los cuatro
Evangelios coinciden en que Jesús fue crucificado cuando
Poncio Pilatos era gobernador de Judea (26-36 d.C.). El
ministerio de Jesús tuvo lugar entre el 29 y el
30 d.C. si se acepta la versión de que duró un
año, o entre el 29 y el 33 d.C. según la
teoría
de que se prolongó entre tres y cuatro
años.

Las Narraciones De La Infancia
 
Antes de su vida pública, poco se sabe de Jesús.
Era originario de Nazaret de Galilea, aunque tanto Lucas como
Mateo sitúan su lugar de nacimiento en Belén de
Judea, cuna ancestral del rey David. Sólo los libros de
Lucas y Mateo contienen relatos de su nacimiento e infancia, que
divergen en numerosos detalles. Lucas (1,5-2,52) narra estos
relatos entretejiendo en ellos poemas y
canciones prestados del Antiguo Testamento que expresan la
preocupación de Dios por los pobres y desheredados. Mateo
(1,18-2,23) moldea su relato sobre el modelo de la
narración que sobre Moisés recoge el Antiguo
Testamento. Así como Moisés pasó su infancia
entre los ricos y sabios de Egipto, también Jesús
fue visitado y reverenciado por magos ricos y sabios. Así
como Moisés huyó y vivió oculto de un
malvado rey que pretendía exterminar a los varones hebreos
recién nacidos, también Jesús fue salvado de
la masacre de Herodes el Grande (rey de Judea que murió en
el 4 a.C., por lo que es probable que Jesús naciera
entre el 6 y el 4 a.C.).

El resto del Nuevo Testamento guarda silencio acerca del
nacimiento de Jesús. En el transcurso de la historia de la
Iglesia, algunos cristianos han insistido en que las narraciones
de la infancia deben tomarse de forma literal, mientras que otros
las han considerado como uno de los muchos modos de expresar la
creencia en la relación de Jesús hacia Dios como su
Hijo. La tendencia del Nuevo Testamento a proclamar el
significado de los acontecimientos sin presentar la
versión del narrador sobre los propios hechos siempre ha
dado lugar a la disensión entre quienes se dedican a la
investigación histórica.

Los Apóstoles Y La Iglesia Primitiva  
Tras el ministerio de Jesús, descrito en los cuatro
Evangelios, el movimiento
religioso que había alentado quedó bajo la dirección de los 12 hombres que
había elegido para ser sus apóstoles. La
mayoría desapareció en la oscuridad y la leyenda de
los tiempos, aunque tres de ellos se mencionan como
líderes continuadores: Santiago el Mayor, asesinado por
Herodes Agripa I en el año 44 d.C. (fecha de la
muerte del propio rey); Juan, su hermano, que al parecer
vivió hasta una edad provecta (Jn. 21,20-24); y Pedro, uno
de los primeros dirigentes de la Iglesia de Jerusalén, que
también realizó varios viajes
misioneros y, según la tradición, sufrió
martirio en Roma a mediados
de la década del 60. Además de los tres, Santiago,
llamado hermano de Jesús, se destacó en la Iglesia
de Jerusalén hasta que fue asesinado durante un
motín popular en el 61. Antes del estallido en
Jerusalén de la rebelión judía contra
Roma en el 66,
los cristianos abandonaron la ciudad y no estuvieron implicados
en la violencia que
destruyó Jerusalén en el 70.

La mayor parte de la atención del registro que
aparece en Hechos de los Apóstoles se centra en la figura
de Pablo, un judío de Tarso que se convirtió al
cristianismo en las cercanías de Damasco entre el 33 y el
35 d.C. Tras 14 años de silencio Pablo comenzó
a escribir sus epístolas, realizando una obra misionera
que le llevó por Siria, Galacia, Asia Menor,
Macedonia, Grecia y
Roma. Al parecer,
sus días acabaron en Roma en los primeros años de
la década del 60. Las epístolas de Pablo y Hechos
ofrecen al lector algunos datos acerca de
la vida de estas primitivas comunidades cristianas y sobre su
relación con las culturas hegemónicas.

Los demás libros del Nuevo Testamento aportan
escasa información histórica y casi ninguna base
para permitir una datación exacta. En general, parecen
haber sido escritos por una comunidad de segunda o de tercera
generación. En estos documentos, los seguidores inmediatos
de Jesús ya han muerto, se han disipado el entusiasmo
inicial y las expectativas del regreso definitivo de Jesús
para terminar la historia y es evidente la necesidad de
preservación, consolidación e
institucionalización (véase Escatología;
Segunda venida). Se identifica a los herejes y apóstatas,
se los ataca y se insta a los miembros a adoptar una tenacidad
que les permita enfrentar a las persecuciones por venir. La
Segunda Epístola de Pedro, acaso el último de los
libros del Nuevo Testamento que se escribió, muestra un
vigoroso esfuerzo por restablecer las antiguas expectativas sobre
el inminente final de la historia. Este intento de recuperar el
celo y la convicción de tiempos pasados es, en sí
mismo, el indicio del final de una época.

9. Principales Temas Del
Nuevo Testamento  

Al igual que los temas teológicos del Antiguo
Testamento, los del Nuevo tienen un contenido rico y
variado.

Dios  
En ningún otro tema se refleja de manera más clara
o coherente la continuidad entre el Nuevo Testamento y el Antiguo
que en las enseñanzas acerca de Dios. Toda opinión
sobre que el Dios de Jesús o de la primitiva Iglesia era
diferente del Dios del judaísmo fue rechazada como
herejía. El Dios del Nuevo Testamento es el creador de
toda la vida y sustentador del Universo. Este
único Dios, origen y final de todas las cosas, toma la
iniciativa de atraer con amor a toda la
humanidad, celebrando alianzas con quienes respondan a su mensaje
y comportándose con ellos de manera justa y
misericordiosa, con tino e indulgencia. Dios nunca ha abandonado
el mundo vacío de sus testigos, habiéndose revelado
en muchas ocasiones, formas y lugares. Pero el Nuevo Testamento
sostiene que Jesús de Nazaret es una revelación
singular de Dios. La persona, palabras y actividad de
Jesús fueron comprendidos como la comparecencia de sus
seguidores ante la presencia de Dios. En los días de sus
inicios dentro del judaísmo, la Iglesia pudo asumir la fe
y centrarse en el mensaje de Jesús como revelador de Dios.
Sin embargo, más allá de los límites del
judaísmo, la fe en el único Dios verdadero se
convirtió en el elemento básico para la
proclamación del cristianismo.

Jesús  
El Nuevo Testamento presenta su concepción de Jesús
en los títulos, retratos y descripciones de su persona y
reseñas de su obra y su palabra. En el contexto del
judaísmo, el Antiguo Testamento proporcionó
títulos y parábolas que los escritores del Nuevo
Testamento utilizaron para transmitir el significado de
Jesús a sus discípulos. Fue descrito, por ejemplo,
como un profeta igual que Moisés, como rey
davídico, como el Mesías prometido, como segundo
Adán, como sacerdote igual que Melquisedec, como figura
apocalíptica igual que el Hijo del Hombre, como
el Siervo Sufriente de Isaías y como Hijo de Dios. (Para
una reseña íntegra de la vida de Jesús,
véase Jesucristo; para un análisis teológico de su persona,
véase Cristología.) La cultura
helenista aportó otras imágenes:
una divinidad preexistente que bajó a la Tierra,
realizó su obra y retornó a la gloria; el
Señor por encima de todos los emperadores; el mediador
eterno de la creación y la redención; la figura
cósmica que reúne en sí misma la suma de la
creación en un todo armonioso.

Los Evangelios presentan el ministerio de Jesús
como la presencia de Dios sobre la Tierra. Sus
palabras revelaron a Dios y al modo de obrar de Dios con su
pueblo; sus acciones
demostraron el poder curativo
de Dios al integrar el cuerpo, la mente y el espíritu; su
martirio y muerte son testimonio del inquebrantable amor de Dios;
y su resurrección fue la señal de que Dios aprobaba
la vida, la muerte y el mensaje de Jesús. San Pablo y
otros discípulos desarrollaron conceptos acerca de la
muerte de Jesús como el sacrificio y la expiación
por los pecados y presentaron la resurrección de
Jesús como garantía de la resurrección de
sus discípulos. Los documentos escritos durante la
persecución (1 Pe., Ap.) interpretaron el sufrimiento de
Jesús como modelo para los cristianos en la hora del
martirio.

Espíritu Santo  
Algunos de los profetas de Israel habían caracterizado
como ‘últimos días’ aquellos en los que
Dios derramaría su Espíritu sobre la humanidad
entera. El Nuevo Testamento sostiene que esta promesa se
cumplió en tiempos de Jesús. Por ello, en todo el
Nuevo Testamento se menciona el Espíritu de Dios, una
expresión que representa la presencia activa de la
divinidad. Esta entidad es denominada de diversos modos, como
Espíritu, Espíritu Santo, Espíritu
Vivificante, Espíritu de Cristo o Espíritu de la
Verdad (véase Espíritu Santo; Trinidad). El
Espíritu otorgó la fuerza a
Jesús y permitió que la Iglesia continuase lo que
Jesús había comenzado a hacer y a predicar. Dentro
de cada uno de los discípulos, el Espíritu
generó las cualidades adecuadas para esa vida y dispuso a
la persona para trabajar en aras del bien de la comunidad. Es
comprensible que la categoría
‘Espíritu’ estuviese sujeta a una amplia
variedad de interpretaciones, creando problemas en
numerosas confesiones. El Nuevo Testamento refleja la lucha en
pos de la búsqueda de criterios claros para determinar si
una congregación o persona estaba en realidad bajo la
influencia del Espíritu Santo.

Reino De Dios  
Según el Nuevo Testamento, el mensaje central de
Jesús fue el Reino de Dios. Llama al arrepentimiento en
preparación para el reino ‘inminente’. El
Reino de Dios se refería al reino o dominio de Dios
y, según las enseñanzas de Jesús, se anuncia
que dicho reino está presente. Sin embargo, esta presencia
no fue total ni completa, por lo cual en ocasiones se hace
referencia a ella como acontecimiento futuro. Los estudiosos del
Nuevo Testamento han discutido sobre si Jesús y sus
seguidores esperaban o no que el Reino de Dios llegase a estar
presente por completo en su generación. La
irresolución de este debate queda
reflejado en dos expresiones que suelen utilizarse para
caracterizar a las enseñanzas del Nuevo Testamento con
respecto al reino: ‘ya’ y ‘todavía
no’.

Salvación  
El Reino de Dios no parece haber sobrevivido como temática
central del mensaje de la Iglesia. Según el Nuevo
Testamento, la Iglesia no se identifica a sí misma como
reino y en sus predicaciones comenzó a hablar cada vez
más de la salvación. Este término
solía aludir a la reconciliación de las relaciones
de una persona como Dios y a la participación en una
comunidad que fuera a la vez reconciliada y reconciliante. En
este sentido, la salvación era una realidad actual, aunque
no en su integridad. La salvación se consumaría en
una vida plena, más allá de la lucha, futilidad y
mortalidad que caracterizan este mundo.

Pablo creía que en el cumplimiento último
del propósito de Dios, la salvación
alcanzaría dimensiones cósmicas. El reino de la
redención coexistiría con el reino de la
creación. Ello implicaba que al final, incluso las fuerzas
del mal que, según el Nuevo Testamento, habitan los
cielos, la tierra y las
regiones subterráneas, se armonizarían con el
benevolente plan de Dios.
Esta visión final es diferente a la de Apocalipsis, donde
el final se caracteriza por la reivindicación y recompensa
a los santos, y la condena eterna de los perversos.

10.
Conclusión
Hasta que ese tiempo llegue los
seguidores de Cristo deben manifestar, a través de su
conducta y sus
relaciones, que están reconciliados con Dios. Tal es el
mandato del Nuevo Testamento íntegro, heredado del
Antiguo: la vinculación inseparable entre la creencia
religiosa y una conducta ética y
moral. La Torá, Profetas y Hagiográficos
habían insistido sobre esto, y el Nuevo Testamento
mantiene su énfasis en ello. La vida terrenal es
denominada de diversas formas como recta, santificada, bondadosa,
fiel. Los libros del Nuevo Testamento están repletos de
instrucciones acerca de esta vida, no sólo en un sentido
íntimo, sino también en relación con los
vecinos, los enemigos, los familiares, los amos y esclavos, los
funcionarios del gobierno y con el
propio Dios. Estas instrucciones se inspiran en el Antiguo
Testamento, en las palabras y el ejemplo de Jesús, en los
mandatos apostólicos, en las leyes de la
naturaleza, en
las listas de obligaciones
familiares y en los ideales de los moralistas griegos. Se
entendía que todos estos factores tenían su origen
común en Dios, que espera que su propia lealtad sea
correspondida con la lealtad de quienes se han reconciliado como
familia de
Dios.

La Resurrección Del Señor
Acabada ya la batalla de la pasión, cuando aquel
dragón rabioso pensó que había alcanzado
victoria del Cordero, comenzó a resplandecer en su
ánima la potencia de su
divinidad, con la cual nuestro león fortísimo
descendió a los infiernos, venció y prendió
aquel fuerte armado, y lo despojó de aquella rica presa
que allí tenía cautiva: para que pues el tirano
había acometido a la cabeza sin tener derecho contra ella,
perdiese por vía de justicia el
que parecía tener sobre sus miembros. Entonces el
verdadero Sansón, muriendo, mató sus enemigos;
entonces el Cordero sin mancilla con la sangre de su
testamento sacó sus prisioneros del lago donde no
había agua; y
entonces amaneció aquella deseada y nueva luz a los que
moraban en la región de las tinieblas y sombra de
muerte.

Y habida esta victoria, al tercero día el autor
de la vida, vencida la muerte, resucitó de los muertos: y
así salió el verdadero Josef de la cárcel
del infierno por voluntad y mandamiento del Rey soberano,
trasquilados ya los cabellos de la mortalidad y flaqueza, y
vestido de ropas de hermosura y inmortalidad.

Aquí tienes que considerar el alegría de
todos los aparecimientos que entrevinieron en este día tan
glorioso: conviene saber, el alegría de aquellos padres
del limbo, que tantos años esperaron y suspiraron por este
día; el alegría de la Virgen, que tanto
padeció el día de la pasión, y tanto se
alegró el de la resurrección; el alegría de
las Marías, especialmente de la bienaventurada Magdalena,
que tanto amaba este Señor y tanto se alegró de
verle resucitado; el alegría también de los
discípulos, que tan desconsolados estaban sin su Maestro,
y tanta consolación recibieron en le ver; y con esto ruega
al Señor te de a sentir alguna parte de lo que ellos este
día sintieron. Y no sólo esta vez, mas otras muchas
veces y de otras maneras les apareció el Señor por
espacio de cuarenta días, comiendo y bebiendo con ellos:
para que con estos argumentos confirmase nuestra fe, y con sus
promesas esforzase nuestra esperanza, y con los dones que del
cielo nos enviase, encendiese nuestra caridad.

11. Bibliografía

Apuntes de introducción a la biblia
Antología De Textos, Francisco Fernández Carvajal;
Ediciones Palabra, Madrid, 1990.
El Dios Cristiano; Nereo Silanes; Ediciones Secretariado
Trinitario, Salamanca, España,
1992.
Vocabulario De Teología Bíblica;
X.León-Dufour; Biblioteca
Herder, Barcelona,
1990.

 

 

Autor:

Lic. José Luis Dell’ordine

Partes: 1, 2
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